jueves, abril 18, 2013

París - Dakar



En la calle había una algarabía tremenda.
—No hay derecho —decía uno.
—¡Esto es el colmo! —exclamó otro.
—Increible que esto nos este pasando a nosotros, un país democrático —añadió un tercero.
—¡Eso! ¡Vamos! ¡En estos tiempos! —recitaban como un coro un grupo que se apiñaba en una masa compacta.
—Tenemos que hacer algo. ¡Esto no puede seguir así! —gritó alguien subiéndose a un banco para que se le oyera mejor.
—¡Ya estamos! el de las grandes propuestas. Algo no quiere decir nada. Hay que hablar de alternativas concretas.
Tomás se separó del grupo, llevaba varios días manifestándose, el despido había sido totalmente inesperado. Un día no les dejaron entrar, el portero había dicho, los siento están despedidos. No diga tonterías, no hemos recibido la carta. ¡A mí que, coño, me cuentan! si no les funciona la tarjeta es que están despedidos. ¡Pringao, que eres un pringao! Le había escupido a la cara. Después se dió cuenta de que el pringao era él, que estaba en la calle con una indemnización de mierda y un paro miserable por unos meses. Iba a todas las manifestaciones que habían convocado, a todas las reuniones con los sindicatos, a todas…., aunque le parecían un desgaste sin sentido, por que los políticos pasaban y seguían con la escabechina, algunos ya solo venían a firmar papeles, otros ni eso. Dijo adiós con la mano y bajó las escaleras del metro. Estaba atrapado, una fiera dentro de una red, el paro no cubría gastos, pasaba las tardes buscando posibles clientes a los que  ofrecer sus habilidades, hacia de todo por apenas nada.
Se sentó en el parque a contemplar los patos del estanque, una forma de desecar sus lágrimas antes de llegar a casa y tomar a su chiquitín entre sus brazos y reírle las gracias, para poder abrazar a su mujer como si todo fuera a arreglarse mañana.
—Te ha llamado Arturo —le dijo su esposa cuando entraba por la puerta —qué le llames enseguida.
—¿Novedades? —le preguntó después de los saludos.
—Hay esperanzas, han escrito un comunicado que van a readmitir a diez, creo que estás entre los seleccionados.
Mejor no hacerse demasiadas ilusiones
—¿Cuándo se sabe?
—En un par de días sacaran una lista.
—Bueno, Arturo, entonces ya veremos.
Sí, no, si, no, se sentía vapuleado a dos manos. Miró a su familia sentados en la mesa  cenando una sopa de ajo viuda y delgada.
Cuando todos dormían empezó a echar curriculums, en París, en Malasia, en India, en Dakar, en las Antípodas si hacia falta.
Sintió los brazos de Ángela en la espalda. Y su voz dulce musitando en la oreja.
— Juntos podremos

1 comentario:

isabel gutiérrez dijo...

Muy bueno. La frase de Juntos podremos, aquí cobra un sentido profundo que da cuerpo a todo el relato.